Hoy quiero disculparme con las que no están y también con quienes siguen allí. Hoy quiero disculparme conmigo y con todes, por no ser fuerte, por no ser valiente, por no accionar cómo debí cuando las situaciones de maltrato ocurrieron, me disculpo por emitir un juicio absurdo, catalogando de estúpidas y estúpidos a quienes no accionaron y no accionan contra sus agresores, me disculpo por olvidar cómo el miedo te hiela la sangre y omitir por completo esa sensación de abandono, que te hace aferrarte al acero lacerante, porque es tangible y no gélida como la nada misma. Porque le conocés y no conocés otra realidad fuera de ese contexto.
Es normal, temer a lo desconocido. En mi caso, no fue opcional, con el tiempo cada significante en mi vida fue perdiendo su valor, padres, familiares, al punto de desaparecer por completo. Fue complicado reestructurar nuevos conceptos, nuevas ideas, nuevas personas. Pero no tan complicado como los mecanismos de defensa que construimos y accionamos para sobrevivir en un entorno hostil, con plenamente solos. Respecto a los vínculos afectivos suelen tardar tiempo, pero pueden ser enmendados.
Pero… ¿Qué ocurre con lo irreconciliable?.
Nos marca, nos condiciona y suele ser eso que no recordamos de manera consciente pero se hace presente en situaciones similares a su contexto original, el maltrato es sin duda una de ellas. Si, las personas heridas hieren a otras personas, tienen una forma particular de aprender a través del castigo, es parte de ese mecanismo de defensa emocional, son mecanismos que construimos con el miedo y pueden convertirse en una trampa, en un laberinto cuya estructura toma una nueva forma con cada nueva experiencia afín al trauma inicial.
En mi caso fue la impotencia, el estado de sumisión ante un hecho del que no desee ser partícipe y la ambivalencia de afectos con respecto al agresor (en diversas situaciones y no al abuso sexual puntualmente).
¿ Por qué ambivalencia?
Porque algunas veces quienes maltratan, violan, matan suelen ser personas que “amamos”, o familiares cercanos. Reprimimos nuestro enojo contra ellos y lo guardamos hasta que éste se pudre e infecta otros aspectos de nuestra vida. Olvidamos el miedo que sentimos en aquel momento, lo desplazamos de nuestra consciencia y éste sale a la luz en situaciones similares a la inicial. Odiamos esa sensación de impotencia, la detestamos, detestamos un personaje estúpido de una película, o la no acción de personas en situaciones de abuso. Pero lo que realmente odiamos, es ese recuerdo en el que fuimos abusados o maltratados, en el que no pudimos hacer nada al respecto, por miedo a todo, a estar solos, a no ser escuchados, a no ser creíble o al castigo (dolor) en caso de exponer al agresor si éste representa afectos en nuestra vida.
El miedo te hace sumiso, vulnerable y facilita el sometimiento, el miedo al dolor te paraliza y evita accionar, te roba la voz. Por eso es tan necesario deconstruir nuestros miedos, entenderlos y actualizar esas estructuras.
Ésto por supuesto es parte de mi experiencia personal, no debemos generalizar que todos reaccionamos de la misma forma. Pero todas las experiencias traumáticas tienden a “disfrazarse” para no ser olvidadas del todo. Pero podemos sentirlas e identificarlas, con predisposición, confianza y ayuda calificada
Mis disculpas, hasta ahora no había podido entender mi miedo y su relación con la ira.
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Es hora de transmutarlo 💜🌻